A menudo vuelvo a mirar por detrás, pienso en lo que fuimos y, aunque ya un tiempo después, aun pretendo acomodar el rompecabezas, con el único anhelo de comprender aquella realidad; tu realidad.
Éramos tan uno con el otro, un complemento inevitable, una sobredosis de besos y placeres, de amigos compartidos, de momentos únicos y planes en futuros.
Pero entonces la realidad se transforma, una metamorfosis estructural y periódica que deambula por las sendas de un pasado aun lacerante, convirtió a aquella mujer que soñaba interminables amanecer y reinventaba metas día a día, en inconstancia y en lágrimas saladas plagadas de angustias e insatisfacciones. Comenzó a caminar por oscuras ciudades, lidiando con temores noctámbulos y sinsabores cotidianos.
De manera misteriosa, parecía que no todo era consecuencia de su voluntad, de sus intenciones, de sus esfuerzos, de su lucha; la agonía halla su resolución de un modo demasiado oculto.
El atribuirle a la familia un cierto grado de importancia no significa hacer de ella el factor dominante, sino simplemente reconocer su presencia y tratar de comprender su aportación en su vida.
Comprender, como hacerlo cando se conspira contra demonios ajenos, con la sinceridad de secretos confesos de un turbio pasado, con lagrimas suprimidas y uno rostro compuesto en color de poker; resulto difícil interpretar y discernir entre este mundo que creemos tocar de aquel que creabas en tu mente.
Hay por así decirlo, un lugar dentro de nosotros cuya función mental consiste en aprobar y desaprobar, compensar y castigar, absolver de una culpa y condenar. Por ende, de un momento a otro, llega el tiempo de tomar decisiones, y a tu parecer fue mas fácil quemar los puentes que cruzarlos, pues con tu cínica superficialidad, de obtusa desatención, lastimaste por no lastimar.
Mal que nos pese, la memoria transforma.